Alba de las Sombras: Una Indocumentada

by Hergit "Coco" Llenas

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Alba, cuando trabajó con la tarjeta del seguro social de una amiga de New Jersey, se llamaba Cecilia, y a partir del 2004, al llegar a Las Vegas, compró el nombre de Martha en una esquina cerca de Eastern con Bonanza.
Alba salió de Republica Dominica con una visa de paseo poco después del 9/11, usando otro nombre que temió publicar. A salida del país dejó tres hijos. Los dos más pequeños quedaron bajo la custodia del papá. Esta custodia nunca supuso ser una ausencia extendida, si no un arreglo temporal. Desde entonces han pasado once largos años.
Alba es una mujer cincuentona, morena y trabajadora.
Desde su llegada a los Estados Unidos se ha dedicado a limpiar casas y a cuidar los niños ajenos, a pesar de que con anterioridad se dedicaba a vender relojes Rolex y Cartier en una de las tiendas más prestigiosas de su pueblo natal.
En New Jersey tuvo la suerte de caer en las manos de una pareja de médicos con dos hijos. Los señores fueron, a su manera de ver “sumamente amables con ella.” Le proporcionaron una habitación en el sótano de la casa, el pan nuestro de cada día y un salario de US$350 dólares por semana, el cual le pagaban muy puntualmente los domingos por la mañana, antes de Alba tomar el día libre.
A su vez, Alba, conocida por ellos como Cecilia, se ocupaba seis veces por semana de cuidar a Zacharias y Jacob, limpiar la casa de arriba a abajo, cocinar las tres comidas, planchar la ropa, fregar los platos, mojar las plantas, pasear al perro, y además organizar los armarios y acomodar la despensa al menos una vez por semana. Sus días consistían de 17 horas laborales que empezaban las cinco mañana y no se extendían, por lo regular, pasadas las diez de la noche; o sea que recibía una compensación de $3.43 por hora (17 x 6 /$350)
Aunque carecía de seguro médico, de plan de retiro, de vacaciones pagadas, Alba me confiesa que en aquellos días se sentía “una mujer realmente afortunada.” Y es que comparada con su próxima patrona, Miss. Laquisha, la pareja de médicos eran a walk in the park.
La señora Laquisha requería de Alba todos los oficios citados anteriormente, pero nunca le pagaba a tiempo, y “para decir la verdad, ni siquiera me pagaba todo lo que me debía”, me dice.
La hija de Miss. Laquisha, una niña adoptada, tiene necesidades especiales. Es una criatura violenta, intranquila, que no duerme. La pequeña despierta muchas veces por las noches y como la madre no se levanta, viene a buscar a Martha.
Martha, a quien conocemos como Alba, fue recientemente hospitalizada debido a un severo desgaste físico.
Dada la severidad de su condición el doctor le pidió que dejara el trabajo.
Pero imagínese, ¿cómo puedo yo dejar de trabajar?, me pregunta, se pregunta a sí misma…le pregunta a usted.
La situación de Alba no es única.
Cientos de miles de trabajadores indocumentados están sufriendo abusos similares y peores: los obreros de la construcción en Texas, los granjeros en Iowa, los cocineros en New York, los agricultores en California, las niñeras y domésticas de Nevada, ¡la lista es larga!
Y es por Alba y por los 11 millones de indocumentados que hoy celebramos la lucha por la reforma migratoria. Y que celebramos las miles de mujeres que, como Alba, viven y trabajan en las sombras.

http://eltiempolv.com/articles/2013/05/16/ciudad_and_estado/doc519529c0ac023232035155.txt

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