Last night I heard the screaming, loud voices behind the wall
by Hergit "Coco" Llenas
Last night I heard the screaming/Loud voices behind the wall/Another sleepless night for me/ It won’t do no good to call/The police always come late/If they come at all.” Tracy Chapman’s Behind the Wall
Anoche se escucharon gritos detrás de la pared de uno de los tantos apartamentos localizados al oeste de Charleston boulevard. Gemidos desgarrados, largos chillidos respondieron a una cantaleta de insultos lanzados por la garganta furiosa de un hombre. Dada la especificidad de los denigrantes epítetos, supimos que iban dirigidos a su mujer. De seguido, se oyó el inequívoco eco de unos golpes, una y otra vez, después una pausa, y luego llanto, llanto, llanto. Mientras tanto, en los balcones adyacentes se apagaron las luces. En las cortinas venecianas, unos dedos recelosos abrían ranuras por donde los testigos contemplaban el abuso, pero nadie sacó la cabeza ni siquiera para pendenciar abiertamente y mucho menos con la intención de intervenir, tampoco nadie llamó la policía. Usted, quizás, se preguntará: ¿Y por qué no llamaron las autoridades, por qué nadie se inmiscuyó? …
Pues bien, hace unos tres años el hijo de mi vecina, un joven violento con un historial de problemas relacionados al consumo de drogas, atacó a su mamá. Desesperada, de pie en medio de la calle, la señora pidió a gritos por ayuda: ¡Por favor, llamen a la policía!, gritó. Así que yo la llamé, creyendo cumplir con el deber de cualquier samaritana promedio. Cuando el muchacho vio llegar la patrulla, se calmó. La madre no presentó cargos y el oficial tocó a mi puerta para hacerme preguntas y luego se marchó. Me encantaría decirles, llegados a este punto, que colorín colorado este cuento se ha acabado, pero no. A la mañana siguiente del incidente, mi carro, el cual tengo que estacionar fuera del garaje, había sido vandalizado. El agente del seguro me pidió que hiciera un reporte. Metro regresó para producir el papelito. Cuando le expliqué al uniformado lo que ocurrió el día anterior, argumentándole que era bastante evidente que el acto de vandalismo procedía del hijo de la vecina, el oficial me contestó que aunque él sospechaba lo mismo, no podía hacer absolutamente nada pues yo carecía de evidencias para probar tal alegación. Nunca antes y nunca después de ese percance otro carro en todo el vecindario ha sido vandalizado. Durante los meses que siguieron, esas personas ya no me saludaban. Su permanencia al lado mío estuvo marcada por constantes rayones sobre la pintura de mi vehículo, la desaparición de algunas macetas del jardín y a Cesar, mi gato, lo hirieron varias veces con perdigones. De manera misteriosa estos actos (de represalia) cesaron cuando la vecina se mudó. Por eso, si usted me pregunta ¿por qué anoche se quedaron al margen esos testigos que miraban detrás de las venecianas? Le respondo: porque aquí hemos tenido que aprender a sobrevivir. Porque es humano proteger al prójimo, pero es insensato y peligroso hacerlo cuando los que están obligados a servirnos y protegernos no nos cubren la espalda, no nos protegen de las represalias. Porque gracias a la ineficacia e ineptitud de este sistema, nos estamos convirtiendo en monstruos. Por eso.