Resoluciones para el nuevo año
by Hergit "Coco" Llenas
Según publicó dos semanas atrás la Universidad de Scranton en su periódico de psicología, el cuarenta y cinco por ciento de los habitantes de los Estados Unidos hace alguna o varias resoluciones para el nuevo año. Entre las resoluciones más populares, señalan las estadísticas del estudio, se encuentran: bajar de peso, organizase mejor, gastar menos y ahorrar más dinero, mantenerse en forma y dejar de fumar. Desde luego, los medios de comunicación hacen eco de estas preocupaciones al saturar los canales con mensajes destinados a ayudarnos con el cumplimiento de estas metas. Y de ahí que el bombardeo mercadológico no sea pura coincidencia, como quizás usted ya habrá podido notar a través de la lluvia de anuncios sobre píldoras para rebajar, parches de nicotina, equipos de hacer ejercicio, etcétera, que nos baña durante esta época del año. Si nos detenemos a pensar por un segundo, la adquisición de toda esta mercadería echa por tierra la resolución de gastar menos y ahorrar más, pero ¿qué sería del mundo capitalista si paráramos de comprar cachivaches? Sería el gran final de los sales y los garage sale, lo cual dejaría a mi tía sin un deporte que practicar los domingos, cuando esté aburrida.
Una cosa que ni usted ni yo no encontraremos en igual abundancia son aquellos mensajes relacionados con las causas que han originado la obesidad, los descontrolados impulsos de consumo, la ansiedad que nos mueve a fumar y la inactividad física que es producto, parcialmente, de una pobre planeación urbanística que no facilita en esta ciudad ir a pie hasta los lugares de trabajo ni transportarse en bicicleta de un punto a otro con relativa seguridad y ¡ni hablar de moverse con eficiencia en tren o autobús! Pero, ¿qué sería de la economía actual si la gente contara con la opción de transportarse sin la necesidad de adquirir uno o varios vehículos privados? Desaparecerían las razones que justifican la dependencia nacional del petróleo extranjero, la contaminación ambiental producida por nuestro querido amigo: el monóxido de carbono, los oficiales que castigan nuestras violaciones de tránsito, entre otras bendiciones. O sea, una hecatombe de proporciones mayúsculas, porque se supone que nuestro planeta NO necesita menor contaminación y que este país NO requiere de un cese a las expediciones bélicas que “en pos de la democracia” se le hacho a los países petroleros del medio oriente, y finalmente, ¡quién!, me pregunto, ¿quién no ama recibir una multa por conducir a cuarenta millas por hora en una zona residencial cuyo límite es de treinta y cinco? Sobre todo cuando el oficial en cuestión podría estar cazando timadores y proxenetas, es decir carteristas y chulos, cinco cuadras más abajo en lugar de estar halándole las orejas a gente decente que va a recoger sus niños a la escuela.
En fin, que a la hora de escribir mi lista de resoluciones para el 2014, me propongo reflexionar sobre el origen de mi sobrepeso antes de seguir ciegamente los argumentos del último comercial de televisión, ya que el año pasado me compré una bicicleta estática y llevo más de seis meses que no la he vuelto a montar.